XLI
MUSEO OLAVIDE
DE
DERMATOLOGIA
Siempre que
volvemos a un Museo ya conocido tenemos la seguridad de que vamos a
encontrarnos con algo que nos sorprenderá y que en otras ocasiones no habíamos
apreciado.
Si el Museo es nuevo habitualmente saldremos
enriquecidos con los aspectos artísticos o tecnológicos que nos va a aportar.
Esto era lo que esperábamos del Museo Olavide
de Dermatología.
Entramos
como simples curiosos ante lo que nos pudiera mostrar una especialidad, de la
que tan poco sabemos y salimos profundamente impactados y hasta si se quiere
estremecidos, al descubrir unas imágenes sorprendentes de las gravísimas
lesiones a las que los especialistas de hace de más 100 años se habían de
enfrentar y los enfermos sufrir.
El ilustre dermatólogo D. José Eugenio de
Olavide a mediados del siglo XIX, percatándose de la importancia que tendría
poder difundir el conocimiento de las lesiones dermatológicas, con el mayor
realismo posible, que no se lograba con las laminas y libros de los tratados de
la especialidad, dirigió la tarea de de reproducirlas
con toda exactitud, para que sirvieran
de conocimiento a los médicos y dermatólogos en formación, que habrían de
diagnosticarlas y así encontrar la forma de poder tratarlas con los escasos
medios que entonces disponían.
Aprovechando la pericia de notables
escultores, inicio en el Hospital de San Juna de Dios la labor de realizar en cera, coloreadas y a tamaño natural las imágenes de las enfermedades de los
pacientes ingresados, por artistas de categoría, que comenzaría Enrique Zofío
Dávila y continuarían con maestría José Barta y Rafael López Alvarez, entre los
más destacados.
Lograron así magnificas reproducciones de espectaculares
enfermedades invasivas y destructivas, como si fueran reales, ocasionadas en
la piel y tejidos por la lepra, la gangrena, la tiña, los tumores, la
tuberculosis, la sífilis y un largo etc. de padecimientos, hoy día inimaginables, para
asi concienciarnos de lo que habría sido el sufrimiento de aquellos
pacientes victimas de esos graves procesos deformantes y atroces, y la
amargura de los médicos incapaces de encontrara alivio para dolencias tan
trágicas y devastadoras, por el simple hecho de haber nacido entonces y que
actualmente pueden parecer de ciencia ficción en una película de terror.
Para concienciar a nuestros jóvenes de esa
realidad, los que tenemos mas de 70 años estamos en condiciones de que nos
aproximemos a aquellos tiempos, tratando de desvelar con realismo el haber vivido personalmente situaciones
parecidas.
Hoy día,
preocupados por el fallo o de la tele, los goles de “nuestro” equipo, el
pinchazo inesperado, el retraso del avión que nos llevaría a bucear en las Maldivas o el bloqueo momentáneo del móvil, no es
fácil de comprender, que viviéramos entonces sin televisión, ni radio, no
teníamos móvil ni teléfono, la calefacción era un brasero, cuando lo había, en
verano estudiábamos envueltos en una manta
o en la cama, y los días que frecuentemente faltaba la electricidad lo hacíamos
a la luz de una vela o candil; muchos libros eran prestados y para acudir a las
clases de bachillerato varias compañeras recorrían a diario hasta 5 kms en bicicleta y otros cruzaban la ría
en bote a vela o remo.
El reposo, la dieta, el agua panada, los
purgantes, las infusiones, las lavativas, los gargarismos y las cataplasmas y hasta
las sangrías, eran tratamientos
habituales. En las mejores familias la tuberculosis hacía estragos.
La realidad de la medicina era la que se
deduce de las imágenes del museo Olavide, pero además teniendo en cuenta que aquellos enfermos eran unos
privilegiados por haber logrado ser ingresados
y así contar con asistencia médica que, algunos de ellos para lograrlo,
habían tenido que falsear su identidad.
Nuestra relación con la Dermatología y sobre
todo con la Venereología, como psiquiatra joven había sido muy grande en
aquella época dado que las
manifestaciones neuropsiquiátricas de una de los mas importantes enfermedades: la SIFILIS:
terciaria y cuaternaria, era uno de nuestros grandes problemas diagnósticos y terapéuticos,
tanto que se había llegado a tener que realizar tratamientos que hoy parecen
impensables y fantásticos, viéndonos obligados a utilizar algo tan agresivo y hoy día sorprendente como la
“Malarioterapia”, para lo que habíamos de ir de de sanatorio en sanatorio
localizando pacientes idóneos, para contagiar con sangre de enfermos de Malaria por
“Plasmodium vivax” , a los que sufrian los trastornos psicóticos de la Parálisis general, que solo lográbamos mejorar
espectacularmente con el tratamiento de Wagner von Jaureg, que le había valido merecidamente
el premio Nobel.
Resulta maravilloso que con la restauración
de las piezas del Museo Olavide, se haya recobrado una parte muy importante de
la historia verdadera de la medicina, gracias a la iniciativa de la Academia Española
de Dermatología y Venereología y muchos de sus miembros, entre los que hay que destacar
la el trabajo y dedicación que está llevando el Dr. D. Luis Conde Salazar en la
recuperación de tan rico patrimonio.
JOTAPEDE