martes, 16 de enero de 2018

XLI.- MUSEO OLAVIDE DE DERMATOLOGÍA.

   

                                                                  XLI


                                    MUSEO OLAVIDE
                                 DE
                     DERMATOLOGIA
                                               

               

  



Siempre que volvemos a un Museo ya conocido tenemos la seguridad de que vamos a encontrarnos con algo que nos sorprenderá y que en otras ocasiones no habíamos apreciado.
  Si el Museo es nuevo habitualmente saldremos enriquecidos con los aspectos artísticos o tecnológicos que nos va a aportar.
 Esto era lo que esperábamos del Museo Olavide de Dermatología.
 Sin embargo nos encontramos con  mucho más.
   Entramos como simples curiosos ante lo que nos pudiera mostrar una especialidad, de la que tan poco sabemos y salimos profundamente impactados y hasta si se quiere estremecidos, al descubrir unas imágenes sorprendentes de las gravísimas lesiones a las que los especialistas de hace de más 100 años se habían de enfrentar y los enfermos sufrir.
 El ilustre dermatólogo D. José Eugenio de Olavide a mediados del siglo XIX, percatándose de la importancia que tendría poder difundir el conocimiento de las lesiones dermatológicas, con el mayor realismo posible, que no se lograba con las laminas y libros de los tratados de la especialidad, dirigió la tarea de  de reproducirlas  con toda exactitud, para que sirvieran de conocimiento a los médicos y dermatólogos en formación, que habrían de diagnosticarlas y así encontrar la forma de poder tratarlas con los escasos medios que entonces disponían.
  Aprovechando la pericia de notables escultores, inicio en el Hospital de San Juna de Dios la labor de realizar  en cera, coloreadas y a tamaño natural  las imágenes de las enfermedades de los pacientes ingresados, por artistas de categoría, que comenzaría Enrique Zofío Dávila y continuarían con maestría José Barta y Rafael López Alvarez, entre los más destacados.
 Lograron así magnificas reproducciones de espectaculares enfermedades invasivas y destructivas, como si fueran reales, ocasionadas en la piel y tejidos por la lepra, la gangrena, la tiña, los tumores, la tuberculosis, la  sífilis y un largo etc.  de padecimientos, hoy día inimaginables, para asi concienciarnos de lo que habría sido el sufrimiento de aquellos pacientes  victimas de esos graves procesos  deformantes y atroces, y la amargura de los médicos incapaces de encontrara alivio para dolencias tan trágicas y devastadoras, por el simple hecho de haber nacido entonces y que actualmente pueden parecer de ciencia ficción en una película de terror. 
 Para concienciar a nuestros jóvenes de esa realidad, los que tenemos mas de 70 años estamos en condiciones de que nos aproximemos a aquellos tiempos, tratando de desvelar con realismo  el haber vivido personalmente situaciones parecidas.
Hoy día, preocupados por el fallo o de la tele, los goles de “nuestro” equipo, el pinchazo inesperado, el retraso del avión que nos llevaría a  bucear en las Maldivas  o el bloqueo momentáneo del móvil, no es fácil de comprender, que viviéramos entonces sin televisión, ni radio, no teníamos móvil ni teléfono, la calefacción era un brasero, cuando lo había, en verano estudiábamos  envueltos en una manta o en la cama, y los días que frecuentemente faltaba la electricidad lo hacíamos a la luz de una vela o candil; muchos libros eran prestados y para acudir a las clases de bachillerato varias compañeras recorrían a diario  hasta 5 kms en bicicleta y otros cruzaban la ría en bote a vela o remo.

 El reposo, la dieta, el agua panada, los purgantes, las infusiones, las lavativas, los gargarismos y las cataplasmas y hasta las sangrías,  eran tratamientos habituales. En las mejores familias la tuberculosis hacía estragos.
  La realidad de la medicina era la que se deduce de las imágenes del museo Olavide, pero además  teniendo en  cuenta que aquellos enfermos eran unos privilegiados por haber logrado ser ingresados  y así contar con asistencia médica que, algunos de ellos para lograrlo, habían tenido que falsear su identidad.

  Nuestra relación con la Dermatología y sobre todo con la Venereología, como psiquiatra joven había sido muy grande en aquella época dado que  las manifestaciones  neuropsiquiátricas de una de los mas importantes enfermedades: la SIFILIS: terciaria y cuaternaria, era uno de nuestros grandes problemas diagnósticos y terapéuticos, tanto que se había llegado a tener que realizar tratamientos que hoy parecen impensables y fantásticos, viéndonos obligados a utilizar algo tan agresivo y hoy día sorprendente como la “Malarioterapia”, para lo que habíamos de ir de de sanatorio en sanatorio localizando pacientes idóneos, para  contagiar con sangre de enfermos de Malaria por “Plasmodium vivax” , a los que sufrian los trastornos psicóticos  de la Parálisis  general, que solo lográbamos mejorar espectacularmente con el tratamiento de Wagner von Jaureg, que le había valido merecidamente el premio Nobel.
  Resulta maravilloso que con la restauración de las piezas del Museo Olavide, se haya recobrado una parte muy importante de la historia verdadera de la medicina, gracias a la iniciativa de la Academia Española de Dermatología y Venereología y muchos de sus miembros, entre los que hay que destacar la el trabajo y dedicación que está llevando el Dr. D. Luis Conde Salazar en la recuperación de tan rico patrimonio.

                                                                JOTAPEDE